En una tarde en la que el cielo empezaba a teñirse de un tono anaranjado, muchos trabajadores salían de la oficina y se dirigían a los lugares de reunión después del trabajo. Entre ellos, una mujer que caminaba por la calle se detuvo de repente. Había puesto la excusa de un dolor de cabeza para evitar la cena con su jefe y, con prisa, salió de la multitud bulliciosa.
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Sus pasos la llevaron a un barrio tranquilo donde apenas se escuchaban voces. Era una zona situada en lo alto de una colina empinada, y al final del camino se encontraba un pequeño supermercado que a ella le gustaba. Como si ya lo tuviera ensayado, tomó una lata de cerveza del refrigerador y salió hacia el parque que se encontraba justo al frente.
En el suelo del parque se acumulaban hojas caídas que habían brillado durante el verano. Y cada rincón por donde pasaban sus pasos estaba rodeado de árboles oscuros que anunciaban el otoño. Siguiendo esa melancolía que el otoño siempre deja, la mujer —que de por sí era alguien llena de pensamientos— comenzó a sentir una extraña soledad. El viento frío de la estación parecía atravesarla aún más profundamente. Se sentó en un banco desde el que se veía bien la ladera y, apoyándose en la luz cálida del sol poniente, bebió un trago largo de cerveza.
Su cabeza estaba llena de dudas sobre su vida. Siempre había trabajado sin distraerse, dedicada por completo a una sola empresa, pero al darse cuenta de repente, descubrió que ya no podía encontrar un motivo para seguir viviendo así. Cuando estaba en secundaria, su meta era entrar al instituto; en el instituto, entrar a la universidad; y una vez allí, su objetivo fue conseguir trabajo. Pero al lograrlo, ya no tenía nada más que alcanzar. La sensación de vacío sobre el resto de su vida la invadió por completo.
Fue entonces cuando sintió que algo frío tocaba su rostro mientras tenía los ojos cerrados. Sobresaltada, giró la cabeza, y allí estaba un hombre cuyo rostro le resultaba familiar: un antiguo senior de la universidad con quien había terminado hace años. Él la había visto desde lejos bebiendo sola en el banco y se acercó al reconocerla. Llevaba una cerveza y unos aperitivos en la mano y, sentándose a su lado, comenzaron a beber juntos.
En la universidad habían sido cercanos, pero tras graduarse, el contacto se cortó de forma natural. Lo último que ella había sabido de él, a través de otros compañeros, era que había dejado su empleo para aprender a fabricar instrumentos. Después de eso, no había vuelto a tener noticias. Gracias a los buenos ojos del senior, los dos pudieron ponerse al día y conversar de todo un poco.
Ella le preguntó cómo había decidido dejar atrás todo lo que había estudiado para tomar un camino completamente distinto. El tiempo invertido en la universidad, el dinero, la carrera… abandonar todo para empezar desde cero era algo que ella no podía comprender con facilidad. Su respuesta fue sencilla: no tenía sentido seguir viviendo una vida que no quería cuando nadie sabe si mañana podría morir en un accidente o enfermar repentinamente. Luego le aconsejó que buscara un objetivo a través de algo que realmente le gustara.
El cielo otoñal ya estaba oscuro, y solo las luces amarillas de las farolas iluminaban la calle. El senior le propuso ir a ver su taller y caminar juntos. Tras unos diez minutos, llegaron a un pequeño taller situado no muy lejos. Al entrar, un profundo aroma a madera los envolvió, y en las paredes colgaban distintos instrumentos hechos por él. Era un espacio pequeño, pero estaba lleno de su gusto y cariño.
Mientras él le explicaba cada rincón del taller, ella pudo ver en su expresión un orgullo y una emoción sinceros. En ese instante, entendió qué significaba para él fabricar instrumentos, comprendió cuánta pasión ponía en su trabajo. Sin embargo, recordar el consejo que acababa de escuchar —“haz lo que te gusta”— le resultaba todavía demasiado abstracto. Quizá porque en lo más profundo sentía que, incluso si hacía algo que le gustara, nada en su vida cambiaría de verdad.
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Después de ese día, su vida siguió igual. Veía a las mismas personas, se sentaba en el mismo sitio. El trabajo seguía sin encajar con ella, pero no tenía otra opción: necesitaba el dinero. Era como si corriera en la misma rueda de hámster junto a todos los demás.
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El tiempo pasó sin detenerse. Después de una cálida primavera y un verano verde y vibrante, llegó nuevamente el otoño. Una vez más, estaba sentada en el mismo lugar que el año anterior, bebiendo cerveza, envuelta en la misma soledad y melancolía.
Observaba cómo el viento dispersaba las hojas que habían perdido su vida y cómo la colina se teñía de rojo. Sus pensamientos se cruzaban sin orden cuando, de pronto, recordó al senior. Con la noche acercándose y el frío intensificándose, decidió bajar hacia el lugar donde estaba su taller.
Pero por más que buscó, el taller ya no estaba. En su lugar había un edificio nuevo y mucho más grande. Confundida, buscó su nombre en internet y entonces lo entendió: él no se dedicaba solo a fabricar instrumentos. Ya era un nombre conocido entre los amantes de los instrumentos, viajaba al extranjero para promocionar y vender su trabajo, y su negocio había crecido enormemente.
Justo en ese momento, las luces del edificio se apagaron y él salió por la parte trasera.
Y así, volvieron a encontrarse.
En una tarde en la que el cielo empezaba a teñirse de un tono anaranjado, muchos trabajadores salían de la oficina y se dirigían a los lugares de reunión después del trabajo. Entre ellos, una mujer que caminaba por la calle se detuvo de repente. Había puesto la excusa de un dolor de cabeza para evitar la cena con su jefe y, con prisa, salió de la multitud bulliciosa.
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Sus pasos la llevaron a un barrio tranquilo donde apenas se escuchaban voces. Era una zona situada en lo alto de una colina empinada, y al final del camino se encontraba un pequeño supermercado que a ella le gustaba. Como si ya lo tuviera ensayado, tomó una lata de cerveza del refrigerador y salió hacia el parque que se encontraba justo al frente.
En el suelo del parque se acumulaban hojas caídas que habían brillado durante el verano. Y cada rincón por donde pasaban sus pasos estaba rodeado de árboles oscuros que anunciaban el otoño. Siguiendo esa melancolía que el otoño siempre deja, la mujer —que de por sí era alguien llena de pensamientos— comenzó a sentir una extraña soledad. El viento frío de la estación parecía atravesarla aún más profundamente. Se sentó en un banco desde el que se veía bien la ladera y, apoyándose en la luz cálida del sol poniente, bebió un trago largo de cerveza.
Su cabeza estaba llena de dudas sobre su vida. Siempre había trabajado sin distraerse, dedicada por completo a una sola empresa, pero al darse cuenta de repente, descubrió que ya no podía encontrar un motivo para seguir viviendo así. Cuando estaba en secundaria, su meta era entrar al instituto; en el instituto, entrar a la universidad; y una vez allí, su objetivo fue conseguir trabajo. Pero al lograrlo, ya no tenía nada más que alcanzar. La sensación de vacío sobre el resto de su vida la invadió por completo.
Fue entonces cuando sintió que algo frío tocaba su rostro mientras tenía los ojos cerrados. Sobresaltada, giró la cabeza, y allí estaba un hombre cuyo rostro le resultaba familiar: un antiguo senior de la universidad con quien había terminado hace años. Él la había visto desde lejos bebiendo sola en el banco y se acercó al reconocerla. Llevaba una cerveza y unos aperitivos en la mano y, sentándose a su lado, comenzaron a beber juntos.
En la universidad habían sido cercanos, pero tras graduarse, el contacto se cortó de forma natural. Lo último que ella había sabido de él, a través de otros compañeros, era que había dejado su empleo para aprender a fabricar instrumentos. Después de eso, no había vuelto a tener noticias. Gracias a los buenos ojos del senior, los dos pudieron ponerse al día y conversar de todo un poco.
Ella le preguntó cómo había decidido dejar atrás todo lo que había estudiado para tomar un camino completamente distinto. El tiempo invertido en la universidad, el dinero, la carrera… abandonar todo para empezar desde cero era algo que ella no podía comprender con facilidad. Su respuesta fue sencilla: no tenía sentido seguir viviendo una vida que no quería cuando nadie sabe si mañana podría morir en un accidente o enfermar repentinamente. Luego le aconsejó que buscara un objetivo a través de algo que realmente le gustara.
El cielo otoñal ya estaba oscuro, y solo las luces amarillas de las farolas iluminaban la calle. El senior le propuso ir a ver su taller y caminar juntos. Tras unos diez minutos, llegaron a un pequeño taller situado no muy lejos. Al entrar, un profundo aroma a madera los envolvió, y en las paredes colgaban distintos instrumentos hechos por él. Era un espacio pequeño, pero estaba lleno de su gusto y cariño.
Mientras él le explicaba cada rincón del taller, ella pudo ver en su expresión un orgullo y una emoción sinceros. En ese instante, entendió qué significaba para él fabricar instrumentos, comprendió cuánta pasión ponía en su trabajo. Sin embargo, recordar el consejo que acababa de escuchar —“haz lo que te gusta”— le resultaba todavía demasiado abstracto. Quizá porque en lo más profundo sentía que, incluso si hacía algo que le gustara, nada en su vida cambiaría de verdad.
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Después de ese día, su vida siguió igual. Veía a las mismas personas, se sentaba en el mismo sitio. El trabajo seguía sin encajar con ella, pero no tenía otra opción: necesitaba el dinero. Era como si corriera en la misma rueda de hámster junto a todos los demás.
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El tiempo pasó sin detenerse. Después de una cálida primavera y un verano verde y vibrante, llegó nuevamente el otoño. Una vez más, estaba sentada en el mismo lugar que el año anterior, bebiendo cerveza, envuelta en la misma soledad y melancolía.
Observaba cómo el viento dispersaba las hojas que habían perdido su vida y cómo la colina se teñía de rojo. Sus pensamientos se cruzaban sin orden cuando, de pronto, recordó al senior. Con la noche acercándose y el frío intensificándose, decidió bajar hacia el lugar donde estaba su taller.
Pero por más que buscó, el taller ya no estaba. En su lugar había un edificio nuevo y mucho más grande. Confundida, buscó su nombre en internet y entonces lo entendió: él no se dedicaba solo a fabricar instrumentos. Ya era un nombre conocido entre los amantes de los instrumentos, viajaba al extranjero para promocionar y vender su trabajo, y su negocio había crecido enormemente.
Justo en ese momento, las luces del edificio se apagaron y él salió por la parte trasera.
Y así, volvieron a encontrarse.
En una tarde en la que el cielo empezaba a teñirse de un tono anaranjado, muchos trabajadores salían de la oficina y se dirigían a los lugares de reunión después del trabajo. Entre ellos, una mujer que caminaba por la calle se detuvo de repente. Había puesto la excusa de un dolor de cabeza para evitar la cena con su jefe y, con prisa, salió de la multitud bulliciosa.
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Sus pasos la llevaron a un barrio tranquilo donde apenas se escuchaban voces. Era una zona situada en lo alto de una colina empinada, y al final del camino se encontraba un pequeño supermercado que a ella le gustaba. Como si ya lo tuviera ensayado, tomó una lata de cerveza del refrigerador y salió hacia el parque que se encontraba justo al frente.
En el suelo del parque se acumulaban hojas caídas que habían brillado durante el verano. Y cada rincón por donde pasaban sus pasos estaba rodeado de árboles oscuros que anunciaban el otoño. Siguiendo esa melancolía que el otoño siempre deja, la mujer —que de por sí era alguien llena de pensamientos— comenzó a sentir una extraña soledad. El viento frío de la estación parecía atravesarla aún más profundamente. Se sentó en un banco desde el que se veía bien la ladera y, apoyándose en la luz cálida del sol poniente, bebió un trago largo de cerveza.
Su cabeza estaba llena de dudas sobre su vida. Siempre había trabajado sin distraerse, dedicada por completo a una sola empresa, pero al darse cuenta de repente, descubrió que ya no podía encontrar un motivo para seguir viviendo así. Cuando estaba en secundaria, su meta era entrar al instituto; en el instituto, entrar a la universidad; y una vez allí, su objetivo fue conseguir trabajo. Pero al lograrlo, ya no tenía nada más que alcanzar. La sensación de vacío sobre el resto de su vida la invadió por completo.
Fue entonces cuando sintió que algo frío tocaba su rostro mientras tenía los ojos cerrados. Sobresaltada, giró la cabeza, y allí estaba un hombre cuyo rostro le resultaba familiar: un antiguo senior de la universidad con quien había terminado hace años. Él la había visto desde lejos bebiendo sola en el banco y se acercó al reconocerla. Llevaba una cerveza y unos aperitivos en la mano y, sentándose a su lado, comenzaron a beber juntos.
En la universidad habían sido cercanos, pero tras graduarse, el contacto se cortó de forma natural. Lo último que ella había sabido de él, a través de otros compañeros, era que había dejado su empleo para aprender a fabricar instrumentos. Después de eso, no había vuelto a tener noticias. Gracias a los buenos ojos del senior, los dos pudieron ponerse al día y conversar de todo un poco.
Ella le preguntó cómo había decidido dejar atrás todo lo que había estudiado para tomar un camino completamente distinto. El tiempo invertido en la universidad, el dinero, la carrera… abandonar todo para empezar desde cero era algo que ella no podía comprender con facilidad. Su respuesta fue sencilla: no tenía sentido seguir viviendo una vida que no quería cuando nadie sabe si mañana podría morir en un accidente o enfermar repentinamente. Luego le aconsejó que buscara un objetivo a través de algo que realmente le gustara.
El cielo otoñal ya estaba oscuro, y solo las luces amarillas de las farolas iluminaban la calle. El senior le propuso ir a ver su taller y caminar juntos. Tras unos diez minutos, llegaron a un pequeño taller situado no muy lejos. Al entrar, un profundo aroma a madera los envolvió, y en las paredes colgaban distintos instrumentos hechos por él. Era un espacio pequeño, pero estaba lleno de su gusto y cariño.
Mientras él le explicaba cada rincón del taller, ella pudo ver en su expresión un orgullo y una emoción sinceros. En ese instante, entendió qué significaba para él fabricar instrumentos, comprendió cuánta pasión ponía en su trabajo. Sin embargo, recordar el consejo que acababa de escuchar —“haz lo que te gusta”— le resultaba todavía demasiado abstracto. Quizá porque en lo más profundo sentía que, incluso si hacía algo que le gustara, nada en su vida cambiaría de verdad.
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Después de ese día, su vida siguió igual. Veía a las mismas personas, se sentaba en el mismo sitio. El trabajo seguía sin encajar con ella, pero no tenía otra opción: necesitaba el dinero. Era como si corriera en la misma rueda de hámster junto a todos los demás.
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El tiempo pasó sin detenerse. Después de una cálida primavera y un verano verde y vibrante, llegó nuevamente el otoño. Una vez más, estaba sentada en el mismo lugar que el año anterior, bebiendo cerveza, envuelta en la misma soledad y melancolía.
Observaba cómo el viento dispersaba las hojas que habían perdido su vida y cómo la colina se teñía de rojo. Sus pensamientos se cruzaban sin orden cuando, de pronto, recordó al senior. Con la noche acercándose y el frío intensificándose, decidió bajar hacia el lugar donde estaba su taller.
Pero por más que buscó, el taller ya no estaba. En su lugar había un edificio nuevo y mucho más grande. Confundida, buscó su nombre en internet y entonces lo entendió: él no se dedicaba solo a fabricar instrumentos. Ya era un nombre conocido entre los amantes de los instrumentos, viajaba al extranjero para promocionar y vender su trabajo, y su negocio había crecido enormemente.
Justo en ese momento, las luces del edificio se apagaron y él salió por la parte trasera.
Y así, volvieron a encontrarse.
En una tarde en la que el cielo empezaba a teñirse de un tono anaranjado, muchos trabajadores salían de la oficina y se dirigían a los lugares de reunión después del trabajo. Entre ellos, una mujer que caminaba por la calle se detuvo de repente. Había puesto la excusa de un dolor de cabeza para evitar la cena con su jefe y, con prisa, salió de la multitud bulliciosa.
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Sus pasos la llevaron a un barrio tranquilo donde apenas se escuchaban voces. Era una zona situada en lo alto de una colina empinada, y al final del camino se encontraba un pequeño supermercado que a ella le gustaba. Como si ya lo tuviera ensayado, tomó una lata de cerveza del refrigerador y salió hacia el parque que se encontraba justo al frente.
En el suelo del parque se acumulaban hojas caídas que habían brillado durante el verano. Y cada rincón por donde pasaban sus pasos estaba rodeado de árboles oscuros que anunciaban el otoño. Siguiendo esa melancolía que el otoño siempre deja, la mujer —que de por sí era alguien llena de pensamientos— comenzó a sentir una extraña soledad. El viento frío de la estación parecía atravesarla aún más profundamente. Se sentó en un banco desde el que se veía bien la ladera y, apoyándose en la luz cálida del sol poniente, bebió un trago largo de cerveza.
Su cabeza estaba llena de dudas sobre su vida. Siempre había trabajado sin distraerse, dedicada por completo a una sola empresa, pero al darse cuenta de repente, descubrió que ya no podía encontrar un motivo para seguir viviendo así. Cuando estaba en secundaria, su meta era entrar al instituto; en el instituto, entrar a la universidad; y una vez allí, su objetivo fue conseguir trabajo. Pero al lograrlo, ya no tenía nada más que alcanzar. La sensación de vacío sobre el resto de su vida la invadió por completo.
Fue entonces cuando sintió que algo frío tocaba su rostro mientras tenía los ojos cerrados. Sobresaltada, giró la cabeza, y allí estaba un hombre cuyo rostro le resultaba familiar: un antiguo senior de la universidad con quien había terminado hace años. Él la había visto desde lejos bebiendo sola en el banco y se acercó al reconocerla. Llevaba una cerveza y unos aperitivos en la mano y, sentándose a su lado, comenzaron a beber juntos.
En la universidad habían sido cercanos, pero tras graduarse, el contacto se cortó de forma natural. Lo último que ella había sabido de él, a través de otros compañeros, era que había dejado su empleo para aprender a fabricar instrumentos. Después de eso, no había vuelto a tener noticias. Gracias a los buenos ojos del senior, los dos pudieron ponerse al día y conversar de todo un poco.
Ella le preguntó cómo había decidido dejar atrás todo lo que había estudiado para tomar un camino completamente distinto. El tiempo invertido en la universidad, el dinero, la carrera… abandonar todo para empezar desde cero era algo que ella no podía comprender con facilidad. Su respuesta fue sencilla: no tenía sentido seguir viviendo una vida que no quería cuando nadie sabe si mañana podría morir en un accidente o enfermar repentinamente. Luego le aconsejó que buscara un objetivo a través de algo que realmente le gustara.
El cielo otoñal ya estaba oscuro, y solo las luces amarillas de las farolas iluminaban la calle. El senior le propuso ir a ver su taller y caminar juntos. Tras unos diez minutos, llegaron a un pequeño taller situado no muy lejos. Al entrar, un profundo aroma a madera los envolvió, y en las paredes colgaban distintos instrumentos hechos por él. Era un espacio pequeño, pero estaba lleno de su gusto y cariño.
Mientras él le explicaba cada rincón del taller, ella pudo ver en su expresión un orgullo y una emoción sinceros. En ese instante, entendió qué significaba para él fabricar instrumentos, comprendió cuánta pasión ponía en su trabajo. Sin embargo, recordar el consejo que acababa de escuchar —“haz lo que te gusta”— le resultaba todavía demasiado abstracto. Quizá porque en lo más profundo sentía que, incluso si hacía algo que le gustara, nada en su vida cambiaría de verdad.
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Después de ese día, su vida siguió igual. Veía a las mismas personas, se sentaba en el mismo sitio. El trabajo seguía sin encajar con ella, pero no tenía otra opción: necesitaba el dinero. Era como si corriera en la misma rueda de hámster junto a todos los demás.
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El tiempo pasó sin detenerse. Después de una cálida primavera y un verano verde y vibrante, llegó nuevamente el otoño. Una vez más, estaba sentada en el mismo lugar que el año anterior, bebiendo cerveza, envuelta en la misma soledad y melancolía.
Observaba cómo el viento dispersaba las hojas que habían perdido su vida y cómo la colina se teñía de rojo. Sus pensamientos se cruzaban sin orden cuando, de pronto, recordó al senior. Con la noche acercándose y el frío intensificándose, decidió bajar hacia el lugar donde estaba su taller.
Pero por más que buscó, el taller ya no estaba. En su lugar había un edificio nuevo y mucho más grande. Confundida, buscó su nombre en internet y entonces lo entendió: él no se dedicaba solo a fabricar instrumentos. Ya era un nombre conocido entre los amantes de los instrumentos, viajaba al extranjero para promocionar y vender su trabajo, y su negocio había crecido enormemente.
Justo en ese momento, las luces del edificio se apagaron y él salió por la parte trasera.
Y así, volvieron a encontrarse.